miércoles, 10 de febrero de 2016

Gabriel Celaya

(El risueño poeta en su casa).

El nombre que hoy nos ocupa puede resultar un tanto variado: Rafael Múgica, Juan de Leceta, Gabriel Celaya... pero de entre todos ellos destaca, sin duda, el último, aunque todos ellos proceden de un denominador común: Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta.

Con tal nombre y junto al de su mujer, Amparo Gastón, se forjó la figura y obra del poeta que conocemos hoy por hoy como Gabriel Celaya.

Todo comenzó en 1935, con su primera obra Marea del silencio, cuando tras vivir en la Residencia de Estudiantes desde 1927 conoció a Federico García Lorca y a Juan Ramón Jiménez, entre otros, quienes lo llevaron a inclinarse por el campo de la literatura. Una verdadera suerte, pues su traslado a la capital se debió a la imponencia del padre, quien le instó a estudiar Ingeniería Industrial (y por casualidades del destino acabó entrando en contacto con tales intelectuales).


Junto a su mujer fundó la colección de poesía Norte, en 1947, y llegó a publicar tres obras: Ciento volando (1953), Coser y cantar (1955) y Música celestial (1958), sin contar las cuarenta y dos restantes que escribió entre 1935, con Marea del silencio como primera obra y Orígenes (también llamado Hastapenak, en euskera) en 1990 como última, pues moriría un año después.

Además de a la poesía se dedicó, aunque en menor medida, a la prosa, con títulos como Tentativas (1946) y Lázaro calla (1949), y ensayos, como El arte como lenguaje (1951) o La voz de los niños (1972).

Todo ello no sería en vano, pues en 1986 (mismo año que publica El mundo abierto) recibe el Premio Nacional de las Letras Españolas, el Premio de la Crítica en 1956 por su libro De claro en claro, Plural, en 1935, Cantos iberos, en 1955... entre otros, además de otros reconocimientos, como la puesta en música de sus poemas de la mano y voz de Paco Ibáñez.


Gabriel Celaya fue uno de los mayores representantes de la poesía comprometida o poesía social, además de un gran defensor de la idea de la poesía como un "instrumento para transformar el mundo", idea que demostró claramente en su poema Educar, poema con el que nos despedimos por hoy.

Celaya moriría a los ochenta años el 18 de abril de 1991 en Madrid y sus cenizas serían esparcidas en Hernani, su ciudad natal.


Educar

Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca...
hay que medir, pesar, equilibrar...
... y poner todo en marcha.
Para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino...
un poco de pirata...
un poco de poeta...
y un kilo y medio de paciencia
concentrada.


Pero es consolador soñar

mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.


Soñar que cuando un día

esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera
enarbolada.