Y este, como todos sabemos, no suele ser bienvenido dentro de este mundo. Ahora bien, si se hace correctamente, ¿dónde está el problema?
El siguiente relato pertenece a Danielle Escort, de quien no hemos podido sacar más información. Así, sin más, esperamos lo disfruten y comenten sus opiniones.
Calor… calor en mis párpados cerrados tras la venda, en mis muñecas atadas con el pañuelo de Kawamata, en mi vientre que espera anhelante en esta calma que precede a la tormenta.
El siguiente relato pertenece a Danielle Escort, de quien no hemos podido sacar más información. Así, sin más, esperamos lo disfruten y comenten sus opiniones.
Calor… calor en mis párpados cerrados tras la venda, en mis muñecas atadas con el pañuelo de Kawamata, en mi vientre que espera anhelante en esta calma que precede a la tormenta.
Regresa. Sus pasos se detienen al borde de la cama. Aguanto la respiración. ¿Qué placer va a concederme? El chasquido de una cerilla quiebra el silencio. Sonrío. El placer es fuego.
Siento cada gota. Su calor, la blandura de su cuerpo cuando se funde con el mío. Conformándome. Nutriéndome… pero solo es llovizna. Tenue, suave, insuficiente. Necesito un diluvio. Un diluvio que anegue mi tierra y la arrase.
Me rebelo. Las ataduras oprimen la carne. La abrasan. La laceran. No me importa. Quiero ser llama. Arder. Consumirme. Renacer.
La lluvia cesa. Mi voluntad se quiebra. Hágase pues, la tuya. Mi dios me escucha, y comienza a dibujar, con una brocha impregnada en cera, un mundo nuevo en la piel desnuda de mi espalda, mis glúteos, mis muslos.
Crea. Me crea.
Y ardo.
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