miércoles, 15 de junio de 2016

Luis Cernuda


Quizás debamos agradecerle a Pedro Salinas y a Bécquer por regalarnos tan maravilloso poeta como fue Luis Cernuda, uno por introducirle en la literatura y otro por instruirle en ella. Y es que, de no ser por ellos, el mundo no conocería ese Donde habite el olvido (1934), su obra más emblemática.

Pero de además de esta, Luis Cernuda Bidou -o Bidón- (Sevilla, 1902) tiene otras tantas obras, tanto poéticas como ensayísticas. Ahora vamos con ellas. Antes, hablemos mínimamente sobre su vida, que si no importante, sí que es de interés.

Estudió derecho en su ciudad natal, dio clases de español en la universidad de Toulouse, Inglaterra y Estados Unidos -siendo este su destino para el exilio durante la Guerra Civil- y estuvo siempre muy influenciado por la literatura francesa, llegando incluso a traducir parte de la obra de Paul Éluard. Fue amigo de Octavio Paz y de Manuel Altolaguirre y abiertamente homosexual (en México, en 1952, se enamoró de un culturista, a quien escribió Poemas para un cuerpo). Moriría precisamente en México once años más tarde.


Volviendo a su obra, esta comenzó con la exaltación de la belleza, para ir oscureciéndose poco a poco, terminando con una poesía reflexiva. Estas son las etapas en las que Octavio Paz dividiría la obra del poeta, basadas en el ciclo vital del mismo:

- Adolescencia. Aprendizaje poético y maestría: "Perfil del aire" y "Égloga, elegía, oda".
- Juventud. Blasfemia, rebeldía, pasión y amor al amor: "Un río, un amor", "Los placeres prohibidos", "Donde habite el olvido".
- Madurez. Contemplación de los poderes terrestres y meditación sobre las obras humanas: "Invocaciones", "Las nubes", "Vivir sin estar viviendo", "Como quien espera el alba".
- Límite con la vejez, mirada precisa y reflexiva: "Con las horas contadas", "Desolación de la quimera".


Qué ruido tan triste

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman,
parece como el viento que se mece en otoño
sobre adolescentes mutilados,
mientras las manos llueven,
manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
cataratas de manos que fueron un día
flores en el jardín de un diminuto bolsillo.

Las flores son arena y los niños son hojas,
y su leve ruido es amable al oído
cuando ríen, cuando aman, cuando besan,
cuando besan el fondo
de un hombre joven y cansado
porque antaño soñó mucho día y noche.

Mas los niños no saben,
ni tampoco las manos llueven como dicen;
así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,
invoca los bolsillos que abandonan arena,
arena de las flores,
para que un día decoren su semblante de muerto.

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