jueves, 27 de julio de 2017

John Keats y risueñores


No sabemos la razón exacta por la que la luscinia megarhynchos o, para que nos entendamos todos, el ruiseñor, está presente en más de una expresión artística, desde la pintura hasta la literatura, pasando por la fotografía. Pero lo cierto es que es así.

Todos conocemos El ruiseñor y la rosa, aquel cuento romántico de Oscar Wilde que tan bien definió el movimiento. Y aunque menos conocido es el poema del también romántico John Keats "Oda a un ruiseñor", hoy queríamos darlo a conocer.

Quedando huérfano a muy temprana edad y mostrando un gran interés por la literatura, John Keats comenzó a empaparse de clásicos y a traducir a Virgilio antes de los quince años. Se graduó como farmacéutico, pero solo ejerció durante dos años, tras los cuales dimitió para dedicarse por completo a la poesía.

En 1817 apareció su primera colección titulada Poemas, seguida por Hiperión, Oda a Psyche, Oda a una urna griega y Oda a un ruiseñor, entre otras. Y es justo esta última la que os traemos hoy. Eso sí: desde Poesía En Un Telescopio abogamos siempre, sin excepción, lo original. Así pues y al que le interese, aquí la versión original de dicha oda.

Esperemos os guste.


Me duele el corazón y aqueja un soñoliento
torpor a mis sentidos, cual si hubiera bebido
cicuta o apurado algún fuerte narcótico
ahora mismo, y me hundiese en el Leteo:
no porque sienta envidia de tu sino feliz,
sino por excesiva ventura en tu ventura,
tú que, Dríada alada de los árboles,
en alguna maraña melodiosa
de los verdes hayales y las sombras sin cuento,
a plena voz le cantas al estío.

¡Oh! ¡Quién me diera un sorbo de vino, largo tiempo
refrescado en la tierra profunda,
sabiendo a Flora y a los campos verdes,
a danza y canción provenzal y a soleada alegría!
¡Quién un vaso me diera del Sur cálido,
colmado de hipocrás rosado y verdadero,
con bullir en su borde de enlazadas burbujas
y mi boca de púrpura teñida;
beber y, sin ser visto, abandonar el mundo
y perderme contigo en las sombras del bosque!

A lo lejos perderme, disiparme, olvidar
lo que entre ramas no supiste nunca:
la fatiga, la fiebre y el enojo de donde,
uno a otro, los hombres, en su gemir, se escuchan,
y sacude el temblor postreras canas tristes;
donde la juventud, flaca y pálida, muere;
donde, sólo al pensar, nos llenan la tristeza
y esas desesperanzas con párpados de plomo;
donde sus ojos claros no guarda la hermosura
sin que, ya al otro día, los nuble un amor nuevo.

¡Perderme lejos, lejos! Pues volaré contigo,
no en el carro de Baco y con sus leopardos,
sino en las invisibles alas de la Poesía,
aunque la mente obtusa vacile y se detenga.
¡Contigo ya! Tierna es la noche
y tal vez en su trono esté la Luna Reina
y, en torno, aquel enjambre de estrellas, de sus Hadas;
pero aquí no hay más luces
que las que exhala el cielo con sus brisas, por ramas
sombrías y senderos serpenteantes, musgosos.

Entre sombras escucho; y si yo tantas veces
casi me enamoré de la apacible Muerte
y le di dulces nombres en versos pensativos,
para que se llevara por los aires mi aliento
tranquilo; más que nunca morir parece amable,
extinguirse sin pena, a medianoche,
en tanto tú derramas toda el alma
en ese arrobamiento.
Cantarías aún, mas ya no te oiría:
para tu canto fúnebre sería tierra y hierba.

Pero tú no naciste para la muerte, ¡oh, pájaro inmortal!
No habrá gentes hambrientas que te humillen;
la voz que oigo esta noche pasajera, fue oída
por el emperador, antaño, y por el rústico;
tal vez el mismo canto llegó al corazón triste
de Ruth, cuando, sintiendo nostalgia de su tierra,
por las extrañas mieses se detuvo, llorando;
el mismo que hechizara a menudo los mágicos
ventanales, abiertos sobre espumas de mares
azarosos, en tierras de hadas y de olvido.

¡De olvido! Esa palabra, como campana, dobla
y me aleja de ti, hacia mis soledades.
¡Adiós! La fantasía no alucina tan bien
como la fama reza, elfo de engaño.
¡Adiós, adiós! Doliente, ya tu himno se apaga
más allá de esos prados, sobre el callado arroyo,
por encima del monte, y luego se sepulta
entre avenidas del vecino valle.
¿Era visión o sueño?
Se fue ya aquella música. ¿Despierto? ¿Estoy dormido?

jueves, 20 de julio de 2017

Cultivando poesía (XIV)

Quererse es importante. Pero esto no es un blog de autoayuda, ni mucho menos; para eso ya está Coelho. Aunque no digan que se lo recomendamos desde aquí, porque no. Así que no, no vamos a escribir ningún texto revelador sobre lo importante que es quererse a uno mismo ni las increíbles ventajas que conlleva. Para eso está la poesía.

Esperemos os guste.


Adoro tu imagen.
Adoro tu imagen cuando duermes,
cuando parece que te has ido,
pero tan solo cerraste los ojos
y te abandonaste al sueño.
Adoro tu imagen desnuda,
pura, irremediable.
Adoro tu imagen sin tapujos,
como diciendo:
"esta soy yo,
y no otra".
Adoro tu silencio.
Adoro cada palabra que dices.
Adoro tus dudas,
tus inseguridades,
tus principios
y tus fines.
Adoro cada segundo que paso
a tu lado,
como si viviera sesenta veces
por minuto.
Adoro cuando sonríes,
cuando eres feliz
y ni tú misma sabes por qué.
Pero aun adoro más
cuando eres tú la que te quieres
y no otro,
ni tan siquiera yo,
que me abandono al sueño
por no creerte real.

sábado, 15 de julio de 2017

Sabrina Benaim: cómo explicarle la depresión a tu madre


Sabrina Benaim es uno de esos nombres que, una vez conoces a la persona que hay detrás de ellos, no puedes olvidar.

Ella es escritora, performancera y maestra de arte. En 2015 representó a su ciudad natal, Toronto, en Women Of The World Poetry Slam. Ha escrito poemas para ESPNW, El Gobierno de Canadá y, más recientemente, hizo su debut en la televisión canadiense con Sport Chek, escribiendo y presentando la tercera entrega de su serie de videos #WhatItTakes Olympic Manifesto. Sabrina disfruta de romper estigmas, de conocer mujeres que ayudan a otras mujeres y de los Toronto Blue Jays. Acepta cualquier invitación a bailar. Ah, y es de Slytherin.

En mayo de este mismo año, 2017, publicó Depression and other magic tricks, es decir, "Depresión y otros trucos mágicos", que se puede comprar a través de Button Poetry por un precio bastante razonable.

Yo llegué a ella a través de un fantástico vídeo, el cual no recuerdo cómo llegó a mis manos. Pero oye, todo es de agradecer. Tal vídeo lleva por título "Explicándole mi depresión a mi madre". No sabemos si es cierta o no la situación, pero desde luego merece la pena verlo. Prometo no decepcionar.




lunes, 10 de julio de 2017

Nueva adquisición de libros

Muchas veces, por desgracia, comprar libros supone tal odisea económica que acabamos desistiendo y tomándonos una o dos cervezas bien por reemplazo, bien para olvidar. Pero hace unos días un servidor hizo las dos cosas: se tomó una cerveza y compró dos libros de segunda mano. ¡Y todo en el mismo lugar! Helos aquí:


El libro de la izquierda es La arboleda perdida, de Rafael Alberti, tomo que recoge las memorias que escribió el poeta, la primera en 1959 y la segunda en 1982; el de la derecha se titula Salvo el humo (1999), un libro de poesía de la pacense María Rosa Vicente Olivas, accésit del Premio Adonáis en 1977 por su poemario Canto de la distancia.

Al autor primero lo conocía, cómo no, pero a la segunda no y ha sido una manera muy bella de hacerlo. Supongo entenderéis ahora la razón de esta entrada.

Se trata, además, del segundo y tercer libro que añado a mi biblioteca particular, lo que hace este hecho aún más increíble.

Os dejo con el primer poema de dicho libro. Y añadiré una última cosa: si es así el primero, cómo no serán el resto.


La ausencia

(a mis padres)

Supongo que estos años seguirán existiendo
aunque el rastro se pierda, y la memoria
se niegue a recordarlos.
Uno cree que la vida experimenta
su dolor con nosotros,
y el futuro, de pronto, nos produce desgana.

Supongo que este tiempo seguirá con nosotros
para siempre, y debemos
aprender a vivir con su silencio,
sin temer que de nuevo un golpe nos reclame
esa parte del mundo que fue nuestra.

lunes, 3 de julio de 2017

Unamuno sabía cuándo iba a morir

(Miguel de Unamuno, en 1925).

Hace un tiempo leía en una página sobre curiosidades históricas, Curistoria (página más que recomendada y gracias a la cual he de agradecer más de una entrada en este blog), algo que resulta tan sorprendente como cierto.

Miguel de Unamuno y Jugo, escritor y filósofo, aunque más conocido por lo primero, discutía en su biblioteca particular una tarde del 31 de diciembre de 1936 junto a Bartolomé Aragón, una amistad, cuando en mitad de todo aquello cayó desplomado en la mesa camilla, tras decir que era imposible que Dios hubiera abandonado así a España, última sentencia y pensamiento del intelectual. Pensando el otro que tal desplome era debido al cansancio y al fulgor de la charla, no reparó en la muerte hasta que los pies de aquel no comenzaron a quemarse por el brasero. Así, salió asegurando a voces que él no era el responsable.

Pero he aquí lo interesante de la historia: treinta años antes, en la tarde del 31 de diciembre de 1906, Unamuno escribía un poema que, de haberlo sabido, no habría encendido el brasero treinta años después.


Es de noche, en mi estudio.
Profunda soledad; oigo el latido
de mi pecho agitado
es que se siente solo,
y es que se siente blanco de mi mente 
y oigo a la sangre
cuyo leve susurro
llena el silencio.
Diríase que cae el hilo líquido
de la clepsidra al fondo.
Aquí, de noche, solo, este es mi estudio;
los libros callan;
mi lámpara de aceite
baña en lumbre de paz estas cuartillas,
lumbre cual de sagrario;
los libros callan;
de los poetas, pensadores, doctos,
los espíritus duermen;
y ello es como si en torno me rondase
cautelosa la muerte.
Me vuelvo a ratos para ver si acecha,
escudriño lo oscuro,
trato de descubrir entre las sombras
su sombra vaga,
pienso en la angina;
pienso en mi edad viril; de los cuarenta
pasé ha dos años.
Es una tentación dominadora
que aquí, en la soledad, es el silencio
quien me la asesta;
el silencio y los sombras.
Y me digo: "Tal vez cuando muy pronto
vengan para anunciarme
que me espera la cena,
encuentren aquí un cuerpo
pálido y frío
la cosa que fuí yo, éste que espera ,
como esos libros silencioso y yerto,
parada ya la sangre,
yeldándose en las venas,
el pecho silencioso
bajo la dulce luz del blando aceite,
lámpara funeraria."
Tiemblo de terminar estos renglones
que no parezcan
extraño testamento,
más bien presentimiento misterioso
del allende sombrío,
dictados por el ansia
de vida eterna.
Los terminé y aún vivo.