jueves, 19 de noviembre de 2015

Jaime Sabines



Octavio Paz, Gerardo Deniz, Josefa Murillo... poetas mexicanos hay muchos, pero sin duda, entre todos ellos, Jaime Sabines ocupa un lugar especial.

Tuxtla Gutiérrez fue la ciudad que vio nacer a uno de los grandes vates del siglo veinte y Horal (1949) el primer poemario de nuestro protagonista (publicado veintitrés años después de su nacimiento).

Además de a la poesía, Jaime Sabines se dedicó a la política (condenó la sublevación zapatista). En cuanto a estudios, tres años fueron necesarios para darse cuenta de que Medicina no era para él, con lo que pasó a estudiar Lengua y Literatura Castellana.

Julio Sabines, su padre, fue quien le fomentó el gusto por la literatura. Por ello debiéramos darle las gracias, pues, de no ser así, el mundo habría perdido -o, mejor dicho, no habría conocido- un pilar de la poesía. Ese agradecimiento ya lo dio el poeta de quien estamos hablando, en el poema que él mismo considera como "su mejor creación": Algo sobre la muerte del mayor Sabines.

En 1965 puso voz a poemas de su propia creación, gracias a esa Voz viva de México que, además de la de Jaime Sabines, inmortalizó la voz de los mismísmos Rubén Darío y Julio Cortázar, entre otros (aquí un enlace para abrir al finalizar la lectura).

Tarumba (1956), Diario semanario y poemas en prosa (1961) y Poemas sueltos (1951-1961) son algunas de sus obras poéticas más destacadas. Y para finalizar, un poema que, personalmente, encuentro como uno de los más bellos ya no dentro de la poesía de Sabines, sino de la poesía en general: La luna.


La luna


La luna se puede tomar a cucharadas

o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótica y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y a las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan bien a morir.


Pon una hoja tierna de la luna

debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.




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