viernes, 13 de mayo de 2016

Miguel Hernández


Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, España, 1910) siempre fue un enamorado de la poesía clásica. Tanto, que sus grandes influencias fueron Garcilaso, Góngora, Quevedo y San Juan de la Cruz, gracias a quienes desarrolló su capacidad para la poesía, pues a los quince años de edad hubo de abandonar la escuela para dedicarse al cuidado del ganado.

Pero quien de verdad le alentó en este mundillo que es la poesía fue Ramón Sijé, quien curiosamente no fue poeta, sino escritor, además de periodista y abogado. Fue él quien, de hecho, le enseñó a los autores clásicos, corregía su obra y le animó a seguir con su actividad creadora.

Por aquel entonces (1925) y junto a los amantes de las letras, comenzaron a haber tertulias al respecto en la panadería de los hermanos Fenoll. Pero no es hasta 1930 que nuestro poeta no da el paso y empieza a publicar poemas en el semanario El Pueblo de Orihuela y el diario El Día de Alicante.

(Antigua tahona de los hermanos Fenoll).

(Mismo sitio, actual calle Miguel Hernández, nº5).

Fueron tales las ganas de darse a conocer que viajó a la capital con algunos poemas bajo el brazo y algunas recomendaciones, aunque tuvo que volverse a su pueblo natal. Aun así, la experiencia le sirvió de inspiración para escribir la que quizás sea su obra cúlmen: Perito en lunas (1933), su primer libro.

Otras obras suyas fueron: Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras (1933), poesía; Los hijos de la piedra (1935), teatro; o El rayo que no cesa (1936), poesía.

Miguel Hernández fue condenado a pena de muerte al intentar cruzar la frontera España-Portugal al acabar la guerra. Murió en la enfermería de la prisión de Alicante a las 5:32 de la mañana de 1942 de tuberculosis, a la edad de treinta y un años. Al parecer no pudieron cerrarle los ojos, lo que le sirvió a Vicente Aleixandre para componer la preciosa "Elegía (en la muerte de Miguel Hernández" (enlace en el que también se encuentra un completo y maravilloso documental biográfico sobre el poeta que nos ocupa).


Una curiosa historia acontecida durante su estancia en la cárcel es la de que, al nacer su segundo hijo, su mujer, Josefina, le escribe mediante carta que solo tienen cebollas para comer, a lo que el poeta contestó con "Nanas de la cebolla", y a la que Joan Manuel Serrat le pondría música.

"Entre marzo y septiembre de 1939, Miguel Hernández anotó, en la pequeña libreta que le acompañó en aquellos amargos días de cárcel, un conjunto de 74 poemas que componen el núcleo principal del que después sería su Cancionero y romancero de ausencias. Uno de sus más hermosos y emotivos poemas, el número 41 de la serie, no vería la letra impresa hasta 1961 (diecinueve años después de la muerte de su autor), sin título y sin la primera estrofa, que más adelante quedaría restaurada en esta versión más extensa del poema":

Cuando paso por tu puerta
la tarde me viene a herir
con su hermosura desierta
que no acaba de morir.

Tu puerta no tiene casa
ni calle: tiene un camino
por donde la tarde pasa
como un agua sin destino.

Tu puerta tiene una llave
que para todos rechina.
En la tarde hermosa y grave
ni una sola golondrina.

Hierbas en tu puerta crecen
de ser tan poco pisada,
todas las cosas padecen
sobre la tarde abrasada.

La piel de tu puerta encierra
un lecho que compartir.
La tarde no encuentra tierra
donde ponerse a morir.

Lleno de un siglo de ocasos
de una tarde azul de abierta,
hundo en tu puerta mis pasos
y no sales a tu puerta.

En tu puerta no hay ventana
por donde poderte hablar.
Tarde, hermosura lejana
que nunca podré lograr.

Y la tarde azul corona
tu puerta gris, de vacía.
Y la noche se amontona
sin esperanzas de día.

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