lunes, 1 de mayo de 2017

Cultivando poesía (XI)

Yo sé bien que tengo que cambiar la temática de mi poesía, pero oye, uno escribe cuando tiene algo que decir. Y lo tengo, de hecho.

Con lágrimas en los ojos,
a punto ya de quedarme del todo seco,
te pido que por favor no te vayas.
Pero ¿de qué sirve?
Si yo sé que te irás
y no me llamarás mañana
y en dos días no te acordarás
de mi nombre
y en tres no recordarás ni el tuyo propio.
Pero te pido,
de rodillas mismo,
que no te vayas.
Me aprieto las manos,
me hago sangre si hace falta.
Pero no te vayas.
Si te quedas,
puedes olvidar mi nombre,
puedes olvidar hasta el tuyo propio.
Pero quédate.
Si no,
¿a quién habría yo de decirle
que lo eché de menos?
¿A quién que no me basta
conmigo mismo para ser feliz,
para sonreír, acaso?
¿A quién que cada noche,
incluso cuando no se hace oscuro,
no me hace falta cerrar los ojos
para verle frente a mí?

Por eso,
aunque creas que no me olvidarás,
te pido que te quedes.
Porque si te vas,
entonces yo me hago olvido.
Porque si te quedas,
me olvido de que te has ido.

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