lunes, 3 de julio de 2017

Unamuno sabía cuándo iba a morir

(Miguel de Unamuno, en 1925).

Hace un tiempo leía en una página sobre curiosidades históricas, Curistoria (página más que recomendada y gracias a la cual he de agradecer más de una entrada en este blog), algo que resulta tan sorprendente como cierto.

Miguel de Unamuno y Jugo, escritor y filósofo, aunque más conocido por lo primero, discutía en su biblioteca particular una tarde del 31 de diciembre de 1936 junto a Bartolomé Aragón, una amistad, cuando en mitad de todo aquello cayó desplomado en la mesa camilla, tras decir que era imposible que Dios hubiera abandonado así a España, última sentencia y pensamiento del intelectual. Pensando el otro que tal desplome era debido al cansancio y al fulgor de la charla, no reparó en la muerte hasta que los pies de aquel no comenzaron a quemarse por el brasero. Así, salió asegurando a voces que él no era el responsable.

Pero he aquí lo interesante de la historia: treinta años antes, en la tarde del 31 de diciembre de 1906, Unamuno escribía un poema que, de haberlo sabido, no habría encendido el brasero treinta años después.


Es de noche, en mi estudio.
Profunda soledad; oigo el latido
de mi pecho agitado
es que se siente solo,
y es que se siente blanco de mi mente 
y oigo a la sangre
cuyo leve susurro
llena el silencio.
Diríase que cae el hilo líquido
de la clepsidra al fondo.
Aquí, de noche, solo, este es mi estudio;
los libros callan;
mi lámpara de aceite
baña en lumbre de paz estas cuartillas,
lumbre cual de sagrario;
los libros callan;
de los poetas, pensadores, doctos,
los espíritus duermen;
y ello es como si en torno me rondase
cautelosa la muerte.
Me vuelvo a ratos para ver si acecha,
escudriño lo oscuro,
trato de descubrir entre las sombras
su sombra vaga,
pienso en la angina;
pienso en mi edad viril; de los cuarenta
pasé ha dos años.
Es una tentación dominadora
que aquí, en la soledad, es el silencio
quien me la asesta;
el silencio y los sombras.
Y me digo: "Tal vez cuando muy pronto
vengan para anunciarme
que me espera la cena,
encuentren aquí un cuerpo
pálido y frío
la cosa que fuí yo, éste que espera ,
como esos libros silencioso y yerto,
parada ya la sangre,
yeldándose en las venas,
el pecho silencioso
bajo la dulce luz del blando aceite,
lámpara funeraria."
Tiemblo de terminar estos renglones
que no parezcan
extraño testamento,
más bien presentimiento misterioso
del allende sombrío,
dictados por el ansia
de vida eterna.
Los terminé y aún vivo.

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