Inevitablemente,
yo ya no quiero
saberte más.
Inevitablemente.
Inevitablemente,
noté hace mucho tiempo
una distancia devastadora,
terrible, que dejó tras de sí
el rastro de todos los rastros:
cansancio a primera hora de la mañana,
tristeza a mitad de la tarde
y llanto
-de esos que duran veinticuatro horas
siete días a la semana-.
Y así,
sin saber de qué
manera absurda podría evitar
lo inevitable,
te fui olvidando.
Y así,
inevitablemente,
me fui muriendo.
Inevitablemente.
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