Cuando uno toma conciencia de lo que es la muerte, sabe que no va a vivir eternamente y acepta, en mayor o en menor medida, esta idea. Sin embargo, cuando uno es consciente de que lo van a matar, la aceptación ante tal idea no suele ser muy positiva, que digamos.
Giordano Bruno, religioso dominico y el primer filósofo que apoyó a Copérnico, fue condenado a morir en la hoguera allá por el año 1600 en el Campo dei Fiori, en Roma. Sus ideas, que llegaron más lejos que las del propio Copérnico, fueron la razón de tal condena, pues llegó a introducir los conceptos de un universo infinito, con infinitos sistemas solares e infinitos planetas.
Así, y siendo consciente tanto de que lo iban a matar como de cómo funciona la Historia, escribió: “Quemadme, que mañana, donde encendáis la hoguera, levantará la historia una estatua para mí".
Y he aquí su estatua en el Campo dei Fiori y su poema.
Decid, ¿cúal es mi crimen? ¿Lo sospecháis siquiera?
Y me acusáis, ¡sabiendo que nunca delinquí!
Quemadme, que mañana, donde encendáis la hoguera,
levantará la Historia una estatua para mí.
Yo sé que me condena vuestra demencia suma.
¿Por qué? Porque las luces busqué de la verdad,
no en vuestra falsa ciencia que el pensamiento abruma,
con dogmas y con mitos robados a otra edad,
sino en el libro eterno del Universo mundo,
que encierra entre sus folios de inmensa duración;
los gérmenes benditos de un porvenir fecundo,
basado en la justicia, fundado en la razón.
Y bien sabéis que el hombre, si busca en su conciencia,
la causa de las causas, el último porqué
ha de trocar muy pronto, la Biblia por la ciencia,
los templos por la escuela, la razón por la fe.
Yo sé que esto os asusta, como os asusta todo
todo lo grande, y quisiérais poderme desmentir.
Más aún vuestras conciencias, hundidas en el lodo
de un servilismo que hace de lástima gemir...
Aún allá, en el fondo, bien saben que la idea
es intangible, eterna, divina, inmaterial.
Que no es ella el Dios y la religión vuestra,
sino la que forma con sus cambios, la Historia Universal;
que es ella la que saca la vida del osario,
la que convierte al hombre de polvo en creador,
la que escribió con sangre la escena del calvario,
después de haber escrito con luz la de Tabor.
Mas sois siempre los mismos, los viejos fariseos,
los que oran y se postran donde los puedan ver.
Fingiendo fe, sois falsos llamando a Dios, ateos,
¡chacales que un cadáver buscáis para roer!
¿Cúal es vuestra doctrina? Tejido de patrañas,
vuestra ortodoxia, embuste; vuestro patriarca, un rey;
leyenda vuestra historia, fantástica y extraña;
vuestra razón la fuerza, y el oro vuestra ley.
Tenéis todos los vicios que antaño los gentiles;
tenéis las bacanales, su pérfida maldad;.
como ellos sois farsantes, hipócritas y viles
Queréis, como quisieron, matar a la verdad.
Mas ¡vano vuestro empeño! Si en esto vence alguno;
soy yo porque la Historia dirá en lo porvenir:
“Respeto a los que mueren como muriera Bruno”.
Y en cambio vuestros nombres… ¿quién lo podrá decir?
¡Ah! Prefiero mil veces mi muerte a vuestra suerte.
Morir como yo muero no es una muerte, ¡no!
Morir así es la vida; vuestro vivir, la muerte.
Por eso habrá quien triunfe, y no es Roma. ¡Soy Yo!
Decid a vuestro Papa, vuestro señor y dueño,
decidle que a la muerte me entrego como un sueño,
porque es la muerte un sueño, que nos conduce a Dios…
Mas no a ese Dios siniestro, con vicios y pasiones
que al hombre da la vida y al par su maldición,
sino a ese Dios-Idea que en mil evoluciones
da a la materia forma y vida a la creación.
No al Dios de las batallas, sí al Dios del pensamiento,
al Dios de la conciencia, al Dios que vive en mí;
al Dios que anima el fuego, la luz, la tierra, el viento;
al Dios de las bondades, no al Dios de ira sin fin.
Decidle que diez años, con fiebre, con delirio,
con hambre, no pudieron mi voluntad quebrar.
Que niegue Pedro al Maestro Jesús, que a mí ante el martirio
de la verdad, que sepa no me haréis apostatar.
¡Mas basta! ¡Yo os aguardo! Dad fin a vuestra obra.
¡Cobardes! ¿Qué os detiene? ¿Teméis al porvenir?
¡Ah! Tembláis. Es porque os falta la fe que a mí me sobra.
Miradme, yo no tiemblo…¡y soy quien va a morir!
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